Francisco: “Quien no sigue el Concilio no está con la Iglesia”
Francisco: “Quien no sigue el Concilio no está con la Iglesia”
En un discurso dirigido a los miembros de la Oficina Nacional de Catequesis en el 60° aniversario de su nacimiento, Francisco insistió en que el Concilio es el Magisterio de la Iglesia y que debe ser seguido.
“El Concilio es el Magisterio de la Iglesia”, dijo Su Santidad. “O estás con la Iglesia y por lo tanto sigues el Concilio, y si no sigues el Concilio o lo interpretas a tu manera, a tu voluntad, no estás con la Iglesia. Debemos ser exigentes y estrictos en este punto”.
Naturalmente, el Santo Padre no tenía que aclarar a qué concilio se refería: de los 21 concilios ecuménicos reconocidos por la Iglesia, se diría que solo el último, el Concilio Vaticano II, que no proclamó dogma alguno ni rectificó ninguna doctrina errónea, tiene algún peso o importancia en la Iglesia de hoy. Del mismo modo que se diría a veces, a tenor de lo que comentan muchos entusiastas ‘renovadores’, que Francisco no es uno entre 264 y contando, sino el único y definitivo.
En cuanto a esa prohibición de “interpretar a tu manera, a tu voluntad” ese concilio por excelencia, completamente oportuna, parece ignorar que la libre interpretación, la interpretación caprichosa, multiforme, ad libitum, del concilio ha sido más la norma que la excepción, el eje esencial de ese “espíritu del Concilio” que ha dado pie a todo tipo de abusos a los que Roma rara vez ha puesto coto.
El propio Pontífice varía enormemente en sus alocuciones en torno a este asunto, y tan pronto nos dice que pedir ‘claridad’ en la doctrina es perjudicial, porque el propio Cristo optó por no ofrecerla a sus apóstoles, y carga contra quienes “hacen un ídolo de la Verdad” e insisten en el respeto a la doctrina, como fulmina contra quienes interpretan el concilio -solo el concilio, solo este concilio-, negándoles la pertenencia a la Iglesia.
Pero estamos en el siglo XXI, y hoy sabemos mejor que en otras épocas que el mensaje no está solo, quizá ni principalmente, en la literalidad de lo que se dice, sino en los énfasis, los silencios, los gestos, las condenas, las promociones, las disoluciones, los apoyos, las omisiones…
Y como en nuestra Iglesia no se nos piden que renunciemos a pensar ni en negar lo que tenemos delante de las narices, a la vista de todos, se hace evidente que sí hay interpretaciones libérrimas y personalísimas del concilio que no coinciden con la oficial y, sin embargo, no acarrean anatemas, penas canónicas o suspensiones, sino a menudo nombramientos, aplausos y honores.
Lo que impone la realidad, en fin, es que solo un tipo de interpretación del concilio, las que precisamente tienen en cuenta todos los anteriores y la doctrina de los Papas predecesores de Francisco, el que merece una respuesta implacable e inmediata de censura.
Por eso es especialmente significativo que el Santo Padre, hablando con catequistas, se refiera al último concilio ecuménico como “el Concilio” y no parezca igualmente acuciado a sostener y seguir todos los demás. La Iglesia Católica no nació, al fin, en 1965.
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