Envidia catalana Joaquim Coll
Envidia catalana
Más allá del debate sobre las claves de la victoria de Isabel Díaz Ayuso, lo que ha sucedido en la Comunidad de Madrid produce una cierta envidia visto desde Cataluña. En las elecciones catalanas de febrero, que también fueron anticipadas, la participación se quedó en el 51% del censo, mientras que en las del 4 de mayo alcanzó el 76%, o sea, 25 puntos más.
En Madrid no hay ninguna duda de que la ganadora será investida y nombrará inmediatamente un nuevo ejecutivo regional, mientras en Cataluña seguimos igual que estábamos, con un Govern en funciones desde finales de septiembre pasado e inoperante por lo menos desde que el entonces president Quim Torra hizo público que Junts y ERC no se soportaban más a principios de 2020. Hagan cuentas y verán el despropósito. Entre tanto, los que poco o nada hacen desde la Generalitat siguen cobrando sus abultados sueldos, en muchos casos cienmileuristas. Pero ¡cuánta represión! exclaman los independentistas.
Desde febrero, el republicano Pere Aragonès habría podido completar la vuelta al mundo en ochenta días, y por ahora no tiene ninguna garantía de que no vaya a tener que repetir el viaje de vuelta a las urnas. Con el golpe de timón de este fin de semana, anunciando que se dispone a intentar gobernar en solitario con el apoyo externo de Junts, se ha iniciado la última fase de la negociación entre esos dos partidos. En esencia puede consistir en un nuevo tiempo muerto para culparse mutuamente del fracaso.
La jugada de Aragonès parece otro farol, como cuando dijo que el plazo vencía el 1 de mayo. Lo más extraño es que poco antes el secretario general de Junts, Jordi Sànchez, había afirmado que el pacto con ERC estaba a punto de cerrarse. Y horas después pasó a condicionar la investidura del republicano con el préstamo de cuatro diputados siempre que este consiguiera el apoyo de la CUP y los Comunes. Es todo muy raro y no parece que esta fórmula pueda funcionar.
La política catalana está desquiciada y hasta el día 26 de mayo, que es cuando se convocarían automáticamente nuevas elecciones, puede acabar sucediendo cualquier cosa. Josep M. Fradera, que es uno de los historiadores más críticos ante el carácter corrosivo del nacionalismo, ha definido como narcisista la etapa que se vive en Cataluña desde que se inició el procés. "Los políticos catalanes están completamente acabados", concluye.
Su análisis en la revista Política&Prosa no invita al optimismo. La sociedad catalana solo saldrá del pozo cuando la política se reconcilie con la realidad y alguien sea capaz de liderar un propuesta de cambio a fondo para recuperar tantos años perdidos. Por ahora habrá que esperar. Por eso, guste o no el resultado electoral, lo de Madrid produce cierta envidia
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